La Administración Nacional de Aeronáutica y el Espacio dio a conocer más detalles sobre las características de estos fenómenos que rodean a determinados cuerpos celestes de la galaxia.

A lo largo del tiempo, los anillos planetarios despertaron una gran curiosidad en la comunidad científica, pero también en el público general. Aunque Saturno siempre fue el ejemplo más emblemático, recientes observaciones de la Administración Nacional de Aeronáutica y el Espacio (NASA) revelan que no está solo. En total, cuatro planetas del Sistema Solar poseen estos impactantes sistemas de partículas que giran a su alrededor. Cada uno tiene características particulares que los hacen únicos.
Estos anillos están compuestos por materiales variados y se formaron a través de procesos complejos. Desde colisiones espaciales hasta restos de antiguos cuerpos celestes, cada estructura es el resultado de millones de años de evolución. Además, no son estáticos ni permanentes, ya que los expertos aseguran que con el tiempo algunos desaparecerán. Con nuevas tecnologías, como las sondas Voyager y Galileo, la agencia espacial estadounidense sigue revelando los secretos que los rodean.
Revelado por la NASA: qué planetas tienen anillos
La presencia de anillos no es exclusiva de Saturno. Junto a él, otros tres gigantes del Sistema Solar también tienen sus propios sistemas: Júpiter, Urano y Neptuno. Cada uno de estos mundos alberga estructuras que varían en brillo, tamaño, composición y visibilidad desde la Tierra. La NASA logró identificarlos mediante sondas espaciales que permitieron observar lo que los telescopios convencionales no podían captar.
Saturno es, sin duda, el caso más famoso. Sus anillos, formados principalmente por hielo de agua, son enormes y reflejan la luz solar, lo que los hace visibles incluso desde telescopios domésticos. Este sistema de partículas es el más estudiado hasta el momento, aunque también es el más frágil, ya que se estima que con el paso del tiempo podría desintegrarse. La pérdida no será inminente, pero dentro de cientos de millones de años podrían desaparecer por completo.
Júpiter, en cambio, tiene anillos mucho más tenues y oscuros, casi invisibles. Fueron descubiertos en 1979 por la sonda Voyager 1, que captó bandas de polvo creadas por impactos de meteoritos en sus lunas más pequeñas. Posteriormente, la misión Galileo confirmó que estas partículas quedaron atrapadas por la gravedad del planeta, formando un sistema anular discreto pero presente.
Por otra parte, Urano y Neptuno también poseen anillos, aunque más misteriosos. Son oscuros, delgados y difíciles de observar, incluso con tecnología avanzada. La sonda Voyager 2 fue clave para su detección, aunque aún quedan muchas incógnitas por resolver. En el caso de Urano, por ejemplo, los científicos creen que podría haber pequeñas lunas ocultas que ayudarían a mantener estables sus anillos, pero hasta ahora no fueron detectadas.